6.10.08

Ay México


Vivir en México es habitar en la irrealidad, en una ficción permanente similar a la que se vive ‘al otro lado del espejo’ (donde la Alicia de Caroll andaba hacia atrás y en dirección contraria, y repartía primero el pastel y después lo partía… acá primero se construyen las calles y luego se planean, primero se inundan las ciudades y luego se edifican presas, primero se elige al representante popular y luego hay elecciones).

En México, durante todas las horas del día la realidad está invertida (se castiga al honrado y se premia al ímprobo, se alientan la improductividad y la lentitud, se recompensan la ineficacia y la estulticia).

Es el México de Breton, “mal despertado de su pasado mitológico”, donde el tlatoani viste los colores de un partido o las siglas de un sindicato. Un México surrealista y kafkiano (reza el sabio dicho: Si Franz Kafka fuera mexicano, sería costumbrista).

México es el reino del alogos, bajo todas sus acepciones: la no-razón, el no-orden, el no-fundamento, el no-sentido, el no-lenguaje. Aquí se vive la contradicción sin superación dialéctica, aquí la contradicción no se resuelve, es nuestro modo humano de ser en el mundo.

La casa que habitamos los mexicanos es tierra baldía. En el México del maíz se importa el grano, en el México petrolero se importa la gasolina, en el Méxicocuernodelabundancia el salario mínimo es de miseria (5 dólares diarios) -en contraste, nuestra burocracia es una de las más caras del mundo (cada uno de los 500 diputados del Congreso gana 15,000 dólares mensuales, mientras que cada uno de los 128 senadores percibe una dieta de 13,000 dólares mensuales, sin contar pólizas, aguinaldos y bonos)-. En el México del “sí se puede” la mitad de la población vive en condiciones de pobreza: uno de cada dos mexicanos “no puede.”

En el México del contrasentido, las fauces de la Secretaría de Hacienda se tragan a los que “medio sí pueden” para que el 10% de los hogares ricos entre los ricos sigan concentrando el 40% de los recursos. ¿Paga más quién más gana? En el México de la honestidad el empleado de Hacienda me confiesa: “En lo que va del año usted, con sus seis salarios mínimos, ha pagado más impuestos que un REPECO que gana 2 millones de pesos.” En el México de la desolación me hundo en la silla del módulo del SAT.

En el México de los robatodo éste es el pillaje que más duele (conocimiento de causa: me han robado el coche, la cartera, el teléfono celular, y han entrado a casa en varias ocasiones). ¿Los impuestos son el precio de vivir en una sociedad civilizada?, este Estado mexicano no devuelve a la sociedad esa extracción impositiva a través de bienes públicos -educación, servicios, justicia, seguridad, sanidad-. Una persona como yo, con actividad profesional (¿traducir los vaivenes de la economía global es una profesión?), no goza de ninguna prestación (sin patrón no tienes ni seguro social, ni infonavit, ni seguro de retiro, ni prestación por desempleo).

En el México de las palabras vacías la reforma hacendaria lleva la coletilla “Por los que menos tienen”… y yo, que estoy escasa, me atiborro de siglas que mes a mes me roban dos días laborables y me carcomen el jornal: ISR, IETU, IVA, DIOT. Es el México de los trámites, 5 declaraciones mensuales por seis salarios mínimos con una carga tributaria que se chupa el 30% de mis ingresos. En el México del revés el sistema fiscal progresivo es regresivo. En el México comprensivo a los morosos Hacienda les condona hasta un 80% de sus adeudos.

Es el México sano pero infestado de violencia y corrupción, donde los habitantes son árboles con raíces descompuestas, atacados por la analogía más cercana al gigantesco Armillaria ostoyae (ese famoso hongo responsable de la devastación de 900 hectáreas en el Bosque Nacional Malheur de Oregón): el narco, la mordida, la rapacería política, la ineptitud, el secuestro, se extienden subterráneamente. Somos comestibles, en una letal simbiosis entre hongo y planta.

Es el México donde la pesadilla de Giuseppe Tornatore Una pura formalitá encarna en cada oficina y dependencia, incluso en cada universidad. Todos los que estamos inermes frente a la ventanilla, frente al escritorio, somos Onoff, atormentados por sabe dios qué culpa disfrazada de trámite. La burocracia se erige en Inspector, con mayúsculas (Roman Polanski se inspiró en nuestros funcionarios para representar el papel), con toda su raíz latina -inspicio, fijar la mirada atentamente-.

Es el México de millones de gregoriosamsa convertidos en escarabajo pelotero y sin invitación a la fiesta de la habitación contigua donde suena el violín. Vulnerables al manzanazo que todos los días se nos incrusta en la espalda.

¿Qué hacer en el alogos? ¿Buscar un orden, un sentido?

Lo hay si recurrimos a la “ciudad infernal” de Italo Calvino, esa ciudad que -según Kublai Khan- hacía inútil todo esfuerzo humano porque se imponía como destino último: “y allí en el fondo, en una espiral cada vez más cerrada, nos sorbe la corriente.”

¿Qué respondió Marco Polo? “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.

Ah, Calvino supo definir ese magma que constituyen las ciudades, lugares de trueque…no sólo de mercancías, también trueques de palabras, deseos, recuerdos. Pero en la casa que habitamos los mexicanos el intercambio es deficitario, entregamos mucho a cambio de muy poco.

¿Aceptamos el infierno para dejar de verlo o nos entregamos a la tarea de buscar, en medio del infierno, lo que no es infierno? ¿De verdad hay ciudades felices escondidas en las ciudades infelices? ¿Una pequeña razón en la tierra del alogos?