27.8.08

Justicia poética


Pertenezco a ese amplísimo grupo de personas que guardan recortes de periódicos, y al subgrupo que luego los olvida, doblados y amarillentos entre las páginas de libros o cuadernos. La única ventaja de este abandono involuntario es que, al cabo del tiempo, los artículos te salen al encuentro con su brillo intacto.

Hoy redescubrí, entre las hojas de mi libretita de caballo, una breve nota editorial del New York Times: “The best way out is through.” El título toma prestada la frase que aparece en la poesía de Robert Frost “A servant to servants”… y podría traducirse como “el mejor camino para salir es siempre a través.”

La nota narra lo siguiente: La vieja casa del ausente y admirable Frost (en Ripton, Vermont) fue invadida por una tropa de adolescentes que la usaron como guarida para beber y desmadrarse en una fría noche de diciembre. Dejaron tras su paso destrozos, vómitos, orina y cerveza. Asombrosamente, el castigo que el sistema judicial de Vermont le impuso a los jóvenes vándalos fue una lección de poesía.

Jay Parini, biógrafo de Frost y también profesor de literatura, fue invitado a aplicar el ‘correctivo’, y así se enfrentó escéptico a la tarea de enseñar el camino de la poesía al grupo de ignorantes muchachos que habían desacralizado la rústica cabaña donde Frost se había mudado para sembrar manzanas y escribir, en ese orden.

Las clases de Parini giraron en torno a la obra del propio Frost, en particular dos poemas: “The road not taken” y “Out, Out”.

(“El camino no tomado” ha sido harto analizado y tiene una larga cola de interpretaciones, personalmente prefiero aquellas que rechazan el tono moralino -elegir el camino menos transitado- y se centran más en la duda que a todos siempre nos asalta ante una bifurcación -¿por dónde? ¿cuál recorrer?-, estamos condenados a elegir siempre, pero también estamos condenados a nunca saber qué hubiera pasado de haber elegido diferente… y como estamos hechos de tiempo, también estamos condenados a una limitada actualización de posibilidades de elección. Algo de eso se respira en esa lamentación de la primera estrofa “And sorry I could not travel both”. El segundo poema -tristísimo por realista, o realista por no huir de la tristeza- narra la muerte de un niño en el difícil mundo rural, donde los niños colaboran realizando trabajo de adultos -y como adulto empuña una sierra que le cercena la mano.)

La elocuencia de ambos poemas llegó, gracias a Parini, al oído interno de los chavales. El artículo cita estas palabras del profesor: “Parecía que les habían sacudido las entrañas. Una llamada de atención: no desperdicies la vida” (Justo ahora me viene a la mente el verbo que Olga Orozco usaba para definir la función de la poesía: azuzar).

Así, la poesía no fue tanto castigo como rehabilitación, cimbrando los dañados cimientos de esos adolescentes ahora menos ignorantes. Y eso es, en definitiva, un homenaje a Frost. ¿Fueron “tocados” y “heridos” por la poesía? Eso parece sugerir Parini, y eso es lo único que a Frost le hubiera interesado.

En su ensayo “Education by poetry”, poco traducido al español a pesar de su belleza, Frost señala que todo pensamiento es metafórico (jugando incluso a descubrir metáforas en el pensamiento científico y matemático). Y agrega esta revelación: “a menos de que no habites en la metáfora, a menos de que no tengas una educación poética adecuada en la metáfora, no estás a salvo en el mundo.” La educación en la metáfora (en el lenguaje, si vamos un poco más lejos y admitimos que todo lenguaje es metafórico) es un camino -otra vez la bifurcación- para habitar el mundo sin andar perdido.

Nuestras incultas y pendencieras autoridades deberían aprender de esta curiosa ‘reeducación’ impuesta por la corte de Vermont, y aplicar de vez en vez correctivos que efectivamente cimbren los fundamentos de los transgresores. Pero pocos poemas se leen en las sobrepobladas cárceles, donde el lenguaje tampoco es libre. Lo mismo sucede en las aulas.