5.10.07

No soy


(Imagen: Lou, Ree y Nietzsche)

No soy profesional de la escritura, tampoco profesional de la lectura. ¿Qué me da, pues, derecho a hablar sobre libros? Bien, supongo que el mismo derecho que les asiste a los que hablan de fútbol sin ser futbolistas, ni comentaristas, ni entrenadores, espectadores nomás. De igual forma creo que es posible reconocer un buen guiso sin ser necesariamente cocinero. Hay, desde luego, ciertos conocimientos que apoyan los gustos literarios, que ayudan a argumentar las jerarquizaciones. Hoy no se me ocurre acudir al bagaje, mejor admitir desde el inicio que no sé nada pero que me asiste el derecho a la ignorancia tanto como el derecho a opinar.

Opino, opino desde la barrera del consumidor, consumo libros. Son bienes que utilizo para satisfacer necesidades y deseos (tal cual, limitándome al verbo “consumir” definido por el DRAE), pero también gasto energía leyendo y gasto dinero comprándolos: Consumo. A veces compro por vicio, aunque el vicio siempre está limitado por el precio del producto.

Dos de mis últimas compras injustificadas, impulsivas, consumadas por la sola seducción del título y la contraportada (ese maldito hábito que tienen las librerías de encerrar el libro en plástico ¿no precisamos tocar el producto, evaluar el índice?) me han dejado con la resaca de subvencionar a fondo perdido: Punto de Lectura y la autora Beatriz Rivas se llevan una tajada, y la editorial Nueva Imagen y el académico Óscar de la Borbolla otro tanto.

Vale mencionar que aunque compro por vicio, mis finanzas se resienten de mis vicios. Pero, como dice mi padre, “no subestimes nunca un libro, todo libro enseña algo”. Así que algo habré obtenido de esas dos lecturas, aunque descubra el retorno de inversión más tarde.

“Filosofía para inconformes” pertenece a la colección Óscar de la Borbolla, dedicada a editar los trabajos del autor. En la contraportada se lee: “canto irónico y ajuste de cuentas con la naturaleza y con la historia”, “libro rebelde”, “desencanto festivo”, y otros adjetivos-gancho. La primera impresión, la visceral, la que te amarra a un libro, fue, traducida a la palabra escrita ¿…? Eso, marcas de interrogación sin más contenido que unos puntos suspensivos, elipsis suspendida. A medida que avanzaba pasando ordenadamente las páginas, todavía con disciplina, no pude sino ver reflejado en este texto los antiguos ensayos nihilistas de los estudiantes de mi vieja universidad. Están las juveniles obsesiones por la decadencia, el hartazgo, la maledicencia humana. El libro no es un libro rebelde, quizá el autor lo sea, pero sus palabras pertenecen a un discurso ya asimilado por el sistema: el del desencanto. Lo siento, mi veredicto desde la ignorancia es que se trata de un libro carente de chispa, de rebelión, más bien me parece un texto engolosinado en la palabra ortodoxa para un sector intelectual: podredumbre, náusea, repugnancia, obscenidad. Me quedo, siguiendo el consejo de mi padre, con un aforismo:

¿Por qué si las circunstancias son claramente más determinantes que las estrellas no hay circunstanciólogos y sí astrólogos? (Me será útil en clase, cuando vuelva a Ortega y Gasset ante ese grupo heterogéneo de estudiantes nocturnos.)

El segundo libro es “La historia sin diosas” de Beatriz Rivas. Me dejé engañar otra vez por la contraportada y tres nombres: Lou Andreas-Salomé, Hanna Arendt y Alma Mahler. Vaya, a mi edad y cayendo en las redes de la mala biografía novelada. La novela de la exasesora de comunicación de Jorge Castañeda (eso no lo supe hasta que googlé su nombre) es aburrida, nada propositiva y poco original. Su originalidad radica en descubrir, como buena aficionada a la historia, que en Europa todos los caminos se cruzan. Poco sé de Lou y Alma, pero a Arendt le he seguido la pista desde hace años, y para conocer a esta pensadora hay que evitar los diálogos ridículos que Rivas le achaca con la libertad que da la ficción. Para conocer a Arendt hay que leerla o, al menos, acercarse a “La filosofía como profesión o el amor al mundo” de Alois Prinz.

Los diálogos, los pensamientos, las situaciones que Rivas crea alrededor de estas tres mujeres empobrecen enormemente y zahieren su naturaleza. Si realmente fueron esas mujeres llenas de “seducción, rebeldía, pasión e inteligencia” como afirma la contraportada, dudo francamente que Rivas haya conseguido siquiera intuir la agudeza de sus palabras y de sus acciones. La novela termina por ridiculizarlas, ofreciendo al lector una imagen deslucida y lineal. La historicidad de las protagonistas debería ser un estímulo a la creatividad, no un obstáculo.

Quedo, pues, con dos libros que me plantean el reto de buscarles una enseñanza. Pero, estimado tú que accidentalmente llegaste a este post, no te fíes de mis comentarios, ¿quién soy yo? No soy.