18.3.06

Combinadores

Si el deseo de escribir es la constelación de unas cuantas figuras obstinadas, al escritor sólo le resta una actividad de variación y de combinación: nunca hay creadores, sólo combinadores, y la literatura es semejante a la nave de Argos: la nave de Argos no comportaba—en su larga historia—ninguna creación, sino sólo combinaciones; a pesar de estar obligada a una función inmóvil, cada pieza se renovaba infinitamente, sin que el conjunto dejara de ser la nave Argos.
Roland Barthes
El grado cero de la escritura

16.3.06

Francisco Ayala

Narrador de un siglo
Nadia Talamantes

Francisco Ayala es un hombre que da la pelea a un doble crepúsculo: el suyo y el del humanismo. El escritor español, Premio Cervantes de Literatura 1991 y Premio Príncipe de Asturias 1998, alcanzará el 16 de marzo los 100 años.

A través de ensayos y relatos este autor granadino se ha esforzado en interrogar la condición humana y su realidad histórica, empresa punzante para alguien marcado por el exilio y la violencia; el recuerdo en carne viva se llama Francisco Ayala. El ejército nacionalista fusiló a su padre y a un hermano menor, siendo republicano huyó tras la Guerra Civil hacia Argentina, años después el régimen peronista lo obliga a un segundo exilio, esta vez en Puerto Rico y, más tarde, Estados Unidos. Muerto Franco, Ayala volvió definitivamente a Madrid. Una centuria de éxodo geográfico con una sola constante: la escritura.
En el Madrid de su juventud, coincide con José Ortega y Gasset, Zubiri, María Zambrano, Ramón Gómez de la Serna y Manuel García Morente, fervorosos tertulianos que hacían filosofía en los cafés, conoce también a Unamuno y a García Lorca. Su amistad con Julio Cortázar en Buenos Aires es la responsable de la hermosa traducción que realiza el cronopio de los cuentos de Poe. Amigos suyos fueron Rafael Alberti, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges, este último describió un cuento de Ayala, El hechizado, como uno de los más memorables de las literaturas hispánicas.
Novelista, ensayista, catedrático, crítico literario, teórico de la traducción y sociólogo, Ayala empeñó y sigue empeñando su vida al ejercicio de ciertos valores que hoy caen en desuso, revitalizando el poder creativo de la imaginación estética y el imperativo délfico "conócete a ti mismo". Sus ensayos poseen la misma cualidad de los escritos orteguianos, son actuales sin dejar de pertenecer a una época, la exégesis los despierta o, quizá, el Ayala visionario los escribió para responder a inquietudes sempiternas, pues los problemas de hoy son los problemas de ayer.
Ayala exhibe la política convertida en marketing, donde los presidentes son vendidos como producto; exhibe una televisión configuradora de prejuicios; dilucida las relaciones entre los intelectuales y el poder. Escribe también contra las ideologías nacionalistas y el fanatismo religioso. No duda en subrayar, en innumerables ensayos, la responsabilidad de Occidente con su política torpe y su ignorancia acerca de la realidad del mundo islámico. Su obra, de múltiples tintes, es el resultado de una vocación que une vida y oficio, preocupación moral e ironía, independencia de juicio y curiosidad intelectual.
Los usurpadores, una colección de ficciones redactadas en los primeros años del exilio, rompen un silencio literario para ofrecer la representación alegórica de un Estado sin alma, poblado de hechizados que se afanan por el poder, el poder como usurpación de la libertad del otro. Cortes decrépitas e inquisidores implacables en una España cristiana, musulmana y judía.
En El escritor en la sociedad de masas, el también Premio Nacional de las Letras Españolas (1988) estudia la necesidad de impulsar una sana cultura de masas con una literatura capaz de competir con el sensacionalismo y la propaganda degradante que asedian al público. Los métodos de seducción que la prensa emplea son expuestos en el ensayo Tecnología y libertad (1959), el amarillismo hecho industria implica "la ruina definitiva del ethos racionalista de la Modernidad". El problema del liberalismo (1941, publicado originalmente en México por el FCE) destaca asimismo el manejo interesado de la opinión pública por los medios de comunicación, que para Ayala es síntoma de la masificación de la sociedad.
La antropología ayaliana desarrollada en claves de ficción y reflexión lleva en su interior la esperanza en la humanización del hombre a través de la cultura y la educación, de allí su apuesta por las bibliotecas, por la lectura, por el compromiso del hombre de letras frente a la degradación, el caos y el desamparo.
Hace poco más de un año, Ayala pronunció en el Congreso Internacional de la Lengua las siguientes palabras: "Por el lenguaje se define mi presencia en el mundo: me siento, y me he sentido desde siempre, un escritor: mi ocupación constante ha consistido en dar forma verbal por escrito a las ocurrencias de mi fantasía". Ésta es la radiografía de sí mismo, la aceptación obediente de una misión que se prolonga sin dar visos de agotarse. Francisco Ayala García-Duarte es el narrador de un siglo, su testigo privilegiado.
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(Texto publicado el domingo 12 de marzo en el suplemento cultural El Ángel del diario Reforma).

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2.3.06

Gaumata

El primer gran impostor que conocí fue Pessoa, con sus múltiples máscaras.
Luego vinieron impostores ficticios: "El otro" de Borges, donde narra el encuentro entre el viejo Borges de Cambridge y el joven Borges de Ginebra, sentados en un mismo banco.
Dostoievski en "El doble" explora también el desdoblamiento imaginario del funcionario Goliadkin, mucho más traumático que el borgiano.
Y Unamuno, quien recupera la imagen de Caín en "El otro", con dos hermanos gemelos, uno de los cuales asesina y suplanta al otro.
Akira Kurosawa me regaló el cuarto impostor ficticio, hombre de movimientos teatrales nô: Kagemusha, la sombra del guerrero (1980); literalmente el kagemusha japonés es un imitador del señor de la guerra, un pobre ladrón sin nombre que sustituye, gracias a su parecido físico, a la cabeza visible del clan Takeda. El doble es obligado a tomar la personalidad del líder Shingen Takeda para así engañar a los enemigos del clan y al mismo tiempo mantener a éste unido. El espejismo funciona mal, el ladrón termina sin máscara, fusionado hasta el absurdo con su original ya no es él ni el otro, es nadie.

Pero un último impostor -esta vez real, como Pessoa- me fue presentado hace unos días, en una conferencia sobre las lenguas iranias: Gaumata. El académico Joaquín Rodríguez Vargas (profesor de persa, intérprete de la Agencia Oficial de Noticias Iraní –IRNA-, traductor –de la novela “Sovashoon” de la escritora contemporánea Daneshvar y de “Un año entre los persas” de Granville Browne, entre otros) nos hablaba sobre la Inscripción de Darío en Bisotún, ese enorme texto escrito sobre la roca a 90 metros de altura.

La Inscripción, ubicada en la aldea iraní de Kermanshah (ruta hacia Babilonia), narra la conspiración de Gaumata el mago para usurpar el trono aqueménida. Los datos –que coinciden con la narración de Heródoto- son como siguen:

Darío, el gran rey, el rey de reyes, el aqueménida, señor de veintitantas regiones (Persia, Elam, Babilonia, Asiria, Arabia, Egipto, Sardes, Jonia, Media, Urartu, Capadocia, Partia, Drangiana, Aria, Jorasmia, Bactriana, Sogdiana, Gandhara, Escitia, Sattagidia, Aracosia, Maka…) recupera el trono familiar de las manos del impostor Gaumata.

La historia es más sencilla de lo que parece. Imaginen un rey: Ciro. Imaginen dos hijos de rey: Cambises –el mayor- y Bardiya –el menor-. Imaginen el asesinato: Cambises ordena matar secretamente a su hermano temiendo que intentara una rebelión durante su larga ausencia (estaba ocupado conquistando Egipto). Imaginen ahora la suplantación: un mago medo, de la casta sacerdotal, finge ser el príncipe Bardiya cuya muerte había sido ocultada al pueblo. Imaginen la consecución: el mago, llamado Gaumata, toma posesión del trono desocupado y se hace llamar por todos “Bardiya, hijo de Ciro, hermano menor de Cambises”.

Gaumata usurpador, Gaumata impostor, Gaumata con máscara de Bardiya gobernando Persia durante la ausencia de Cambises. Cuando Cambises regresa a su reino el pueblo lo desconoce, presa de desesperación o de epilepsia, se suicida (aunque la versión egipcia es más hermosa, en ella Cambises muere tras herirse con el mismo puñal con el que atacó al mitológico buey Apis).

Imaginen el desenlace: Darío, yerno de Ciro, mata al mago Gaumata, el falso Bardiya, y derrota a la casta sacerdotal. Luego, claro está, todo este linaje aqueménida llega a su fin con el zarpazo de Alejandro Magno, pero esta es ya otra historia.

La diferencia entre el kagemusha de Kurosawa es que éste deja de ser ladrón al suplantar a Takeda, el Gaumata de las crónicas iraníes empieza a serlo al suplantar a Bardiya. ¿Por qué resignarse a ser uno, pudiendo ser rey? O, en dilema de Pessoa ¿por qué resignarse a ser sólo uno, pudiendo ser tantos?, las máscaras del lisboeta también conquistaron poder, Campos, Reis, Caeiro, Soares, todos fingidores sin usurpar identidad, pero sí trono de rey, rey poeta (y Nezahualcóyotl de Texcoco, Al Mutamid de Sevilla, Al Mutasim de Almería, destronados).
He aquí el problema universal de “el doble”.